lunes, 9 de mayo de 2011

la cultura quiere ser libre

este texto de la fundación vía libre me fascinó, así que lo dejo aquí para que lo lean y lo analicen
 
Antiguamente, no existían los refrigeradores. Había en las casas un
artilugio llamado heladera que, esencialmente, era un mueble
recubierto de aislamiento térmico, al que se le introducían barras de
hielo que refrigeraban los alimentos guardados en su interior (y
claro, la cerveza es un alimento). Producir hielo en esa época era una
actividad industrial, fuera de las posibilidades domésticas. Así,
todos los días venía un señor que traía una barra de hielo que se
metía en la heladera, en una escena que se repetía en miles de
hogares.



Todo el mundo compraba hielo, todos los días, y el negocio del hielo
seguía su curso.
Pero en realidad, no era hielo lo que necesitaba la gente, sino que... frío.
El hielo era sólo una forma para entregar frío a los clientes que lo
necesitaban. Hasta que aparecieron los refrigeradores domésticos y las
familias se encontraron con que podían adquirir una máquina que les
proveía del frío que necesitaban de forma eficiente, cómoda y barata.
Estos aparatos no sólo no necesitaban hielo para funcionar, sino que
incluso estaban en condiciones de producir su propio hielo.
A nadie le sorprendió que las ventas de hielo, antes un producto de
primera necesidad, cayeran estrepitosamente. La industria del hielo
colapsó, y sólo sobrevivieron unas pocas productoras que se dedicaron
a satisfacer necesidades especiales que no podía cubrir la
refrigeración doméstica.
Sin embargo, aún en medio del colapso, a nadie se le ocurrió la
absurda idea de declarar ilegal el hecho de fabricar hielo en casa o
de perseguir a aquellas industrias que comenzaban a fabricar los
refrigeradores domésticos.
El mercado del hielo había desaparecido y la industria que giraba
entorno a él había cumplido su ciclo. Por mucho tiempo proveyó un
servicio útil a la sociedad, y en ese proceso había servido como
fuente de trabajo a mucha gente. Pero el servicio había quedado
obsoleto en el nuevo contexto tecnológico, y los proveedores de hielo
reconvirtieron su negocio, o simplemente se dedicaron a otra cosa.
El paralelo con la industria discográfica (y con otras industrias de
distribución de cultura) no es difícil de ver.


De la misma manera que la gente no quería realmente hielo, sino frío,
no son discos los que el público quiere, sino... música.
Mientras el único soporte para la música fueron los discos
(genéricamente hablando), no había forma de conseguir música de otra
manera. Pero los computadores, los reproductores digitales y, por
supuesto, la internet, cambiaron el paisaje tecnológico, desvinculando
a la música de aquel, inevitable soporte.
Hoy, la música puede codificarse y transmitirse fácilmente sin
necesidad de un soporte físico, y cada vez son menos los que quieren
comprar discos y por muy buenas razones: son incómodos de adquirir y
almacenar, ocupan espacio, se rayan, se pierden, se los roban, y un
largo etcétera. El formato digital es mucho más eficaz, cómodo y
barato. Tal como el refrigerador puso a quienes antes compraban hielo
en condición de producirlo, la computadora pone en manos de las
personas la posibilidad de producir su propia música, duplicarla y
distribuirla.
De la misma forma en que ocurrió con el hielo, nadie debe sorprenderse
de que le empiece a ir mal a una industria que produce algo que ya
nadie quiere comprar.
Sin embargo, a diferencia de la industria del hielo, las discográficas
se niegan a aceptar que su función social se acabó, y en vez de
reconvertir su negocio, en vez de buscar de qué manera ofrecer su
producto de modo que la gente quiera comprarlo, prefieren hacer lobby
ante nuestros legisladores para obligar a los consumidores a
entregarles su dinero, independientemente de si quieren hacerlo o no.
Es hora de repensar el modelo de distribución cultural. Mientras la
producción industrial de libros y discos era la única alternativa
viable, dicho sistema puede haber tenido su justificación, pero había
(y aún hay) un problema muy importante,
el control corporativo acerca de cuáles expresiones culturales son difundidas, y
cuáles no.
Un mercado de la música con bajos costos de producción y sin
corporaciones, (independiente) puede resolver este grave
inconveniente, permitiendo el surgimiento de una cultura más diversa,
en la que las expresiones locales tengan mejores posibilidades de ser
conocidas y de ser difundidas.


Durante mucho tiempo hemos dejado la difusión de la cultura en manos
de las corporaciones, tal vez porque no sabíamos cómo o no teníamos
los medios para hacerlo. Hoy ése escenario ha cambiado, y ya es hora
de que recuperemos la cultura para toda la sociedad.

fuente: fundación vía libre
 
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